En el caso de la industria eléctrica mexicana, nuestra historia está marcada por toda suerte de experiencias, desde saqueos y abusos por cuenta del capital extranjero, hasta decisiones patrióticas a favor de la nación, pasando por movimientos sociales reivindicatorios, políticas públicas contradictorias o entreguistas, una cadena de lealtades y traiciones, visiones nacionalistas e iniciativas de ley seducidas por el sueño privatizador.
La industria eléctrica en México fue fundada por el capital extranjero y su principal y único objetivo fue establecer en nuestro país un servicio moderno con fines de lucro. En el año de 1960, siendo Presidente de la República Adolfo López Mateos, se nacionalizó la industria eléctrica; con esta medida toda la industria eléctrica existente pasó a manos del Estado. No obstante esta gesta histórica, casi cuatro décadas después, el 2 de febrero de 1999, Ernesto Zedillo envió al Congreso de la Unión, vía la Cámara de Senadores, una iniciativa de ley con proyecto de decreto para modificar los artículos 27 y 28 constitucionales. Los propósitos de esta iniciativa estaban orientados a la desintegración de la industria eléctrica de nuestro país en busca de la creación de un mercado nacional, cuyo funcionamiento tendría
serios inconvenientes técnicos y económicos.
No debemos olvidar que la nacionalización de la industria eléctrica es una conquista histórica del pueblo de México, y muy especialmente de los trabajadores electricistas. Este sector ha alcanzado una alta capacidad instalada y representa uno de los sistemas eléctricos más extensos del mundo. El servicio proporcionado a los diversos sectores sociales ha significado una destacada contribución al desarrollo nacional pues la infraestructura eléctrica mexicana constituye un gran patrimonio nacional y, junto con la industria petrolera, es la base de la soberanía nacional.
A pesar de estos hechos contundentes, el afán privatizador no ceja en su empeño por repetir una historia vergonzosa.
Este esquema significa la desintegración vertical de la industria eléctrica nacionalizada, principalmente en los puntos de generación y abastecimiento, pensando que así tales actividades serían competitivas y los precios serían fijados por el mercado. Sin embargo, para ello es necesaria la presencia de un gran número de empresas que compitan entre sí con la regulación de los precios a través de un organismo regulador independiente.
La propuesta de privatización eléctrica que hoy se promueve en México es una mala copia del modelo británico, cuyo proceso fue caótico y confuso. Los neoliberales hablan del “modelo británico” y aseguran que es el ejemplo a seguir y que no existe otra alternativa, pero, ¿en qué consiste este modelo? En general se trata de la reestructuración y venta de las compañías nacionales a licitadores internacionales, pero la introducción de la competencia, que era un elemento integral del sistema británico, no forma parte de las reformas que se proponen en nuestro país. Este modelo implica una estructura desintegrada con libre competencia en generación de electricidad y ventas de servicios al por menor.
El interés por impulsar el modelo británico se sustenta en la idea de que se trató de un proceso simple y efectivo, pero esto no es así por lo siguiente: primero, el principal cambio consistía en tratar de hacer que la generación de electricidad y su venta fueran mercados competitivos, si ello tenía éxito significaba que no habría necesidad de una regulación de rutina. Y segundo, la instancia reguladora nunca ha sido independiente del gobierno.
En la práctica, la competencia en México se reduciría a unas cuantas empresas grandes de generación que monopolizarían el mercado e impondrían sus condiciones. La soberanía nacional sería afectada gravemente, pues el capital participante sería principalmente foráneo, pasando así la industria nacionalizada a manos extranjeras. Negarse a ver los hechos e ignorar nuestra historia nos condena, sin duda, a repetirla.
La industria eléctrica en México fue fundada por el capital extranjero y su principal y único objetivo fue establecer en nuestro país un servicio moderno con fines de lucro. En el año de 1960, siendo Presidente de la República Adolfo López Mateos, se nacionalizó la industria eléctrica; con esta medida toda la industria eléctrica existente pasó a manos del Estado. No obstante esta gesta histórica, casi cuatro décadas después, el 2 de febrero de 1999, Ernesto Zedillo envió al Congreso de la Unión, vía la Cámara de Senadores, una iniciativa de ley con proyecto de decreto para modificar los artículos 27 y 28 constitucionales. Los propósitos de esta iniciativa estaban orientados a la desintegración de la industria eléctrica de nuestro país en busca de la creación de un mercado nacional, cuyo funcionamiento tendría
serios inconvenientes técnicos y económicos.
No debemos olvidar que la nacionalización de la industria eléctrica es una conquista histórica del pueblo de México, y muy especialmente de los trabajadores electricistas. Este sector ha alcanzado una alta capacidad instalada y representa uno de los sistemas eléctricos más extensos del mundo. El servicio proporcionado a los diversos sectores sociales ha significado una destacada contribución al desarrollo nacional pues la infraestructura eléctrica mexicana constituye un gran patrimonio nacional y, junto con la industria petrolera, es la base de la soberanía nacional.
A pesar de estos hechos contundentes, el afán privatizador no ceja en su empeño por repetir una historia vergonzosa.
Este esquema significa la desintegración vertical de la industria eléctrica nacionalizada, principalmente en los puntos de generación y abastecimiento, pensando que así tales actividades serían competitivas y los precios serían fijados por el mercado. Sin embargo, para ello es necesaria la presencia de un gran número de empresas que compitan entre sí con la regulación de los precios a través de un organismo regulador independiente.
La propuesta de privatización eléctrica que hoy se promueve en México es una mala copia del modelo británico, cuyo proceso fue caótico y confuso. Los neoliberales hablan del “modelo británico” y aseguran que es el ejemplo a seguir y que no existe otra alternativa, pero, ¿en qué consiste este modelo? En general se trata de la reestructuración y venta de las compañías nacionales a licitadores internacionales, pero la introducción de la competencia, que era un elemento integral del sistema británico, no forma parte de las reformas que se proponen en nuestro país. Este modelo implica una estructura desintegrada con libre competencia en generación de electricidad y ventas de servicios al por menor.
El interés por impulsar el modelo británico se sustenta en la idea de que se trató de un proceso simple y efectivo, pero esto no es así por lo siguiente: primero, el principal cambio consistía en tratar de hacer que la generación de electricidad y su venta fueran mercados competitivos, si ello tenía éxito significaba que no habría necesidad de una regulación de rutina. Y segundo, la instancia reguladora nunca ha sido independiente del gobierno.
En la práctica, la competencia en México se reduciría a unas cuantas empresas grandes de generación que monopolizarían el mercado e impondrían sus condiciones. La soberanía nacional sería afectada gravemente, pues el capital participante sería principalmente foráneo, pasando así la industria nacionalizada a manos extranjeras. Negarse a ver los hechos e ignorar nuestra historia nos condena, sin duda, a repetirla.
CONCLUSIÓN DE EQUIPO: La intención de querer privatizar la industria eléctrica surgió desde que esta fue creada, ya que fue instaurada con capital extranjero, pero gracias ala participación de trabajadores electrisistas se pudo nacionalizar. Ahora de nueva cuenta se quiere privatizar la industria eléctrica tratando de monopolizar nuestro patrimonio….
Ya no se trata tanto, entonces, de pelear al gran capital alguno de nuestros recursos, si no de dar la gran lucha por nuestro país, por nuestra independencia, por nuestra soberanía, por poder tomar nuestras propias decisiones y ver por nuestra sociedad; en fin, por Nuestra Nación.
Ya no se trata tanto, entonces, de pelear al gran capital alguno de nuestros recursos, si no de dar la gran lucha por nuestro país, por nuestra independencia, por nuestra soberanía, por poder tomar nuestras propias decisiones y ver por nuestra sociedad; en fin, por Nuestra Nación.
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